8 octubre, 2012
Javier Couso
Después
de derrotar dos golpes (uno militar y otro petrolero), un cáncer y una
de las campañas de intoxicación mediática más virulenta y global, Hugo
Chávez consiguió su cuarta reelección consecutiva.
A pesar de que el ejercicio del poder desgasta, y más si son 13 años, el proyecto que lidera el Presidente Chávez ha conseguido el apoyo de un 55% del electorado venezolano.
Estas cifras hay que valorarlas de manera cualitativa
más que cuantitativa ya que han sido obtenidas en un escenario
extremadamente complicado, en lo político y lo humano, que pocas
personalidades hubieran soportado con la entereza del mandatario
venezolano.
Queda refrendado que la Revolución Bolivariana ha mudado la piel de Venezuela
en todos los sentidos pero, sobre todo, ha empoderado a ese pueblo
excluido y vilipendiado que era maltratado por la burguesía rentista de
la riqueza petrolera.
No solo se han atendido las necesidades de la
población, mejorando todos los estándares de vida (educación, sanidad,
descenso de la pobreza y de la delincuencia, erradicación del
analfabetismo…), sino que además se ha impulsado un proyecto total de
soberanía para ir construyendo una Venezuela libre y soberana.
El fortalecimiento de los sectores estratégicos y la
diversificación en la industria, la agricultura, las comunicaciones, la
energía o la defensa, enmarcado todo en un mejor reparto de la riqueza,
han logrado que el pueblo entienda esa soberanía como suya, lo cual es
parte esencial en la fortaleza del proyecto socialista venezolano.
Por eso la participación electoral masiva de las dos
clases en conflicto, por eso la movilización en los barrios populares,
por eso la felicidad del pueblo en la victoria. Es el sentimiento real
de formar parte de un esfuerzo colectivo y sobre todo inclusivo, donde
los olvidados por el anterior sistema neoliberal son hoy protagónicos,
no solo en el esfuerzo, también en los beneficios.
La victoria en Venezuela la hemos vivimos
intensamente desde la izquierda del sur de Europa, al igual que con
ilusión seguimos en las elecciones griegas la esperanza de Syriza o nos emocionamos con las palabras de Melenchon, candidato del Front de Gauche.
Este sentimiento es la esperanza compartida de un
mundo mejor y la necesidad de victorias reales que nos inspiren tras
años de derrotas consecutivas que nos arrebataron incluso la necesaria
fe en el futuro. No olvidemos nunca que solo lo que se piensa puede ser
realizado. Estábamos derrotados. Y por ello un día como hoy crecemos
junto a la victoria del pueblo de Venezuela y nos empoderamos un poco,
asistiendo, aunque sea en la distancia, a la derrota de los planes
neoliberales que aquí nos llevan de la pobreza a la miseria con destino
final en el nuevo feudalismo.
En el caso español, este lunes, hemos sabido por el Barómetro de Metroscopia que
continúa el descenso sostenido del bipartidismo, auténtica crisis de
régimen en el que los dos partidos que se alternan van perdiendo
intención de voto. Sirva como ejemplo ilustrativo que ni concurriendo
unidos el PP y el PSOE (53,8%) lograrían vencer al PSUV (55%) en unas hipotéticas elecciones.
Lo malo es que la izquierda real no crece lo que
debería. No recoge el malestar ciudadano y popular para empezar a ser
una alternativa social y de gobierno. La encuesta da un escuchimizado
12,6% cuando se debería estar rondando el 20%, necesario trampolín para
aspirar a disputar la hegemonía.
Algo hay que cambiar, eso está claro, pero no sabemos
muy bien qué. Nadie ha dado con la tecla para poner en marcha el
proyecto que lleve a la victoria. No se trata de copiar modelos y
trasplantarlos en una realidad diferente, eso siempre fracasa, pero sí
la necesidad de un relato, un proyecto social creíble que ponga freno al
neoliberalismo del PPSOE, una convergencia con la calle del “no nos
representan” y mucha unidad en base a una propuesta clara de
recuperación de la soberanía, sea en una nueva Europa o junto a los
países del Sur.
Quizás nos haga falta una figura que aglutine, que
con su poderío pueda limar las asperezas y ser pasta para rellenar las
grietas que si se dejan crecer acaban siendo abismos. Alguien generoso
que sepa equilibrar, que encarne un proyecto de futuro, que enamore.
Sé que estamos en ello, que no vamos a dejar que nos
lleven como corderitos al matadero neoliberal pero, mientras tanto,
creamos que es posible y hagámoslo.
Venezuela nos enseña.
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