El
acoso moral o violencia perversa es aquella en la que alguien destruye a
otro solo con palabras, miradas, humillaciones y mentiras. Mariana Zaragoci
Lic. en Psicología
Este
tipo de violencia consta de dos fases bien definidas: una de ellas es
la seducción perversa por parte del agresor; sin esta fase de seducción,
no se puede producir el acoso. El acosador se gana a su victima a
través de diferentes acciones sin utilizar aún su potencial violento.
Muchas veces no sólo se centra en la victima, sino también en familia,
amigos, etc.
El objetivo es descubrir las
debilidades de su futura víctima para saber donde atacar luego. La otra
fase, violencia manifiesta, consiste en paralizar a la víctima. Crea una
relación de dependencia que hace al agresor sentirse omnipotente y no
permite que la víctima reaccione, por dejarla inmersa en duda y
culpabilidad. Tal es la confusión y parálisis, que hasta llega a causar
la pérdida de identidad de la víctima.
Este accionar del agresor pone a la víctima en una actitud defensiva, lo que genera nuevas agresiones.
El
perverso no actúa destruyendo a su víctima inmediatamente, al
contrario, la extiende en el tiempo. La somete y le hace creer que la
relación de dependencia es irreemplazable. Lo importante es conservar el
poder y controlar.
El perverso no es un enfermo
psíquico, sino la fría racionalidad que lo hace incapaz de considerar a
los demás como seres humanos; para él las personas son objetos, “bienes
de uso”. No están exentos de este trato, ni los hijos, ni los nietos, ni
los familiares, etc.
Para burlarse del otro, el
perverso tiene diferentes artimañas: burlarse de aspectos físicos,
creencias religiosas, gustos; ridiculizarlo en público, no dirigirle la
palabra, encoger los hombros, suspiros, miradas, dudar de su capacidad,
etc. Sin embargo, la agresión la lleva a cabo sin hacer ruido, sin que
se note.
El perverso utiliza también, como
procedimiento, nombrar las intenciones del otro, adivinar sus
pensamientos, etc. Con esto hace sentir a la víctima que conoce mejor
que ella sus propios pensamientos.
El mensaje del
perverso es siempre impreciso y genera confusión. De esta manera,
desconcierta a la víctima y hasta ésta termina dudando si lo que
aconteció momentos atrás fue real o no.
Una artimaña más que utiliza
el agresor es enfrentar a todos contra todos, provocando celos,
rivalidades, etc. Lo logra mediante mentiras, rumores y demás, que
herirán a la víctima sin que ésta pueda identificar su origen.
En
la fase de odio o violencia, la víctima reacciona e intenta recuperar
algo de libertad. Como el perverso justamente lo que no quiere es que se
dé la comunicación, utiliza burlas, humillaciones, ofensas, contra todo
lo que provenga de la víctima.
Lo importante es
que siempre sea la víctima la que parezca responsable de todo lo que
sucede, y el agresor es capaz de intentar que ésta actúe en su contra
para que quede evidenciado cuán malvada es.
El perverso logra formar una relación de confianza y, es por esto, que llega a manipular de tal manera a su víctima.
En
la fase de dominio, ambas partes sin saberlo renuncian al conflicto. El
agresor emite pequeñas agresiones desestabilizantes sin provocar
abiertamente un conflicto y el agredido se somete para no llegar a una
situación conflictiva más y llegar de este modo a la ruptura.
La
víctima comete un solo error: no ser desconfiada. Cree que con
paciencia el agresor cambiará y trata de comprenderlo, de encontrarle la
lógica. El agresor jamás cambiará. Si la víctima se somete finalmente,
el agresor se siente cada vez más dominante y seguro de su poder,
mientras que el agredido se encuentra cada vez con menos vitalidad, mas
deprimido. Va perdiendo espontaneidad, dado que cada palabra por
pronunciar, cada forma de hablar, de vestir o de actuar es pensada
previamente, para no recibir una crítica más del agresor. La confusión
llega a ser tan grande que no tiene posibilidad alguna de reacción.
El
choque se produce cuando uno toma conciencia de la agresión, se siente
solo, abandonado y herido. Dependiendo de cómo vaya trascurriendo el
conflicto, se llega a una fobia recíproca. Se instala un estado de
ansiedad permanente. El agresor, al ver a la víctima, llega a una
irritación insensible y en la víctima la presencia visual o auditiva del
agresor provoca miedo. Ambas partes se colocan en una posición fija:
uno agresivo y otro defensivo. El miedo hace que la víctima se comporte
patológicamente, lo cual será utilizado astutamente por el perverso para
justificar retroactivamente su agresión.
El
perverso se siente fracasado cuando no logra atraer a los demás a la
violencia. Los demás existen en tanto reflejo de su mirada, no como
individuo, sino solamente como espejo.
Este tipo de perverso
descarga en el otro el dolor que no siente y las contradicciones propias
que se niega a percibir. Es totalmente desinteresado por los demás,
pero desea que los demás se interesen por él. Con el sufrimiento del
otro, disfrutan, y destruyendo, logran afirmarse a sí mismos.
La
víctima, generalmente, es alguien con valores bien instalados,
inteligente, con algún atractivo o alguna capacidad o don. El perverso
en realidad siente envidia y le gustaría poseer alguna de las
capacidades o aptitudes del otro. Como es incapaz de intentar obtener
dichas aptitudes o capacidades, destruye las del otro. Por eso decimos
que este tipo de perverso se afirma destruyendo al otro. Lo que no puede
obtener lo destruye. De lo contrario, se enfrentaría con sus propias
limitaciones; y ésta, en sí misma, es una limitación que no soportaría
enfrentar.
Hablamos de perverso, pero
diferenciémoslo del perverso sexual. Un perverso sexual utiliza a los
otros sexualmente y un perverso moral utiliza a los otros para su propia
existencia con el objetivo de llegar al poder.
La víctima,
como ha pasado por la etapa de seducción, ama o admira a su agresor. No
comprende o no puede pensar al agresor como destructor. Como la víctima
es una persona con valores en la que se puede confiar plenamente, no
puede pensar al otro con desconfianza.
Uno
se puede preguntar si no puede por ejemplo tratarse de un caso de
paranoia por parte del agredido, pero no; es fácilmente diferenciable.
El paranoico hace una serie de reflexiones por la cual cree que es
blanco del agresor y cuenta, habla. Este tipo de víctimas, se comporta
de manera opuesta. Justamente, por el estado confusional al que llega,
no habla de lo que sucede. Además, el acoso moral produce consecuencias
como vergüenza y humillación.
Normalmente estos
perversos, al contrario que sus víctimas, están escasos de valores; son
seres con buenas posiciones socioeconómicas y laborales. Llegan alto y
es, justamente por la falta de valores, que llegan a ser más que
inescrupulosos, a tal punto que son capaces de estafar, falsificar o de
cometer cualquier tipo de acto con tal de lograr su objetivo.
Este
tipo de padecimiento no deja de producir consecuencias o secuelas. La
víctima puede sufrir algunas de las siguientes alteraciones:
• Ansiedad generalizada
• Infravaloración
• Problemas de atención, concentración y memoria
• Adicciones
• Somatizaciones, alteraciones del sueño
• Aislamiento, evitación, irritabilidad, agresividad,
• Depresión grave, suicidio
• Disminución del deseo sexual
• Separación matrimonial
La palabra es utilizada como arma por parte del agresor.
Para
estar por encima de la media, un individuo perverso narcisista necesita
hundir al otro. Para ello, va dando pequeños toques desestabilizadores
preferentemente en público, cuando la persona no puede defenderse,
utilizando algo íntimo por ejemplo que describe con exageración.
Eventualmente,
puede elegir un aliado entre el público, entre las personas que le
rodean. Lo que importa es molestar al otro, desestabilizarlo,
humillarlo. Si la víctima empieza a rebelarse, se le dice: "es que no
tienes sentido del humor".
Por todo esto, es casi
imposible vencer a este tipo de personas. Llegado el caso que la
víctima tome conciencia de la relación patológica en la que está
inmersa, debe alejarse fríamente y no sentir culpa por ello. A pesar de
ser una persona a la que se admira o ama, es una persona que puede hacer
mucho daño y resultará mejor alejarse y protegerse. No tiene sentido
tratar de dialogar con el agresor porque toda palabra que se utilice con
él puede volverse en nuestra contra y traerá más agresión. Se trata de
un camino sin salida; la única salida es cortar la relación por completo
tratando de encontrar apoyo en la familia, amigos o un psicólogo.
A
nivel nacional, no hay leyes que nos protejan de este tipo de personas y
además estas agresiones son muy difíciles de probar por su carácter
silencioso y porque, de necesitar testigos, normalmente serán los
propios compañeros quienes pongan en riesgo su trabajo y quizás no
tengan voluntad de enfrentar esa situación comprometedora.
Como
primera medida, lo mas sano es rápidamente alejarse del agresor y, si
hubiese alguna posibilidad de demostrar con testigos este maltrato,
talvez se pueda llevar el caso a la justicia.
Mariana Zaragoci
Lic. en Psicología
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