Uno no espera milagros de los tiempos, fluyendo siempre, aunque dicen que todo es ilusión (hasta el movimiento).
Pero, los días llegan siempre y con ellos llegan las canas y las arrugas de la vejez.
No obstante, a pesar de desgaste paulatino, uno no deja de vivir, porfía aquí y allá, no detiene los pasos, porque el camino (o la calle) nos llama a diario.
Cierto que el cansancio poco a poco nos va derribando, jorobando y las fuerzas ya no dan para saltar jovial los abismos y muros de la realidad, que está allí como parte del aprendizaje de la vida.
Pero, nos sobra el coraje y subimos la cuesta (la dura cuesta del mundo) con más ganas de seguir; nos vamos yendo, a veces alegres o tristes, en incesante búsqueda.
Un día vivimos el atardecer y descansamos cuando la noche llega.
Al amanecer nuestra vida renace y seguimos, otra vez, porque todo es un batallar con uno mismo y con el otro, y hay que ganarse el pan con el sudor de la frente, sin menoscabo de nuestra dignidad. La vida misma es el premio por nuestro esfuerzo continuo por vivir y merecerla.
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