Aunque oficialmente no se ha tomado ninguna decisión, Barack Obama parece dispuesto a actuar en solitario contra Siria,
después de que el Parlamento británico haya votado contra los planes del primer ministro británico,
David Cameron. Los principales responsables de la Administración en
materia de seguridad informaron anoche al Congreso sobre las pruebas de
que, según los servicios de inteligencia norteamericanos, el régimen de
Bachar al Asad
utilizó armas químicas contra los rebeldes.
“Estados Unidos tiene capacidad para tomar sus decisiones en el caso
de Siria”, declaró un portavoz de la Casa Blanca cuando los
parlamentarios del Reino Unido debatían sobre la intervención. Un alto
funcionario confirmó posteriormente la voluntad de actuar en solitario.
La ausencia de Londres puede obligar, en todo caso, a disminuir el
número de objetivos militares y la duración de la campaña.
La obligada deserción de Cameron deja a Obama en una soledad que
ningún presidente de EE UU había conocido desde hace décadas. Desde hace
más de un siglo y con escasas excepciones, el gran primo británico ha
estado ahí cada vez que Washington ha requerido su colaboración en
material militar. Incluso con ocasión de la falsa campaña orquestada
para justificar la guerra de Irak, Tony Blair, un laborista, se unió al
presidente republicano George W. Bush.
La ausencia de Londres puede obligar a disminuir el número de objetivos militares y la duración de la campaña.
Esta vez, por ironías de la vida y tal vez bajo el síndrome de aquel
desastroso conflicto, un primer ministro conservador ha tenido que
decirle no a un presidente demócrata que se ve ahora solo ante el abismo
de una monumental crisis internacional. Queda Francia, cuyo presidente,
François Hollande, compartía estos días el tono bélico de Obama y Cameron, pero habrá que esperar a ver si París, que tiene sus peculiaridades en política exterior, sigue hasta el final.
Obama no parece tener más remedio que continuar, ahora ya de acuerdo a
su propio calendario, probablemente sin más preocupación que esperar a
que los inspectores de Naciones Unidas que se encuentran en Siria salgan
del país,
lo que ocurrirá este fin de semana.
La noticia sobre el revés sufrido por Cameron en el Parlamento cayó
como una bomba en Washington al final de una jornada en la que Obama se
había enfrentado a dudas crecientes sobre la legitimidad y la
oportunidad del ataque previsto sobre Siria.
Más de un centenar de miembros de la Cámara de Representantes, la
mayoría republicanos pero también algunos demócratas, han dirigido una
carta a la Casa Blanca en la que exigen una votación sobre los
propósitos del presidente en Siria. Existe un debate no resuelto sobre
si Obama está obligado constitucionalmente a solicitar permiso del
Capitolio antes de proceder a un ataque, pero otros presidentes no lo
han creído necesario en situaciones similares en el pasado y tampoco
ahora parece que Obama esté dispuesto a someterse a un debate que,
conociendo los antecedentes de muchos republicanos en la Cámara, bien
podría degenerar en una lista de condiciones sobre la reforma sanitaria o
cualquiera otra de las obsesiones de la oposición conservadora.
Existe un debate no resuelto sobre si el
presidente está obligado a solicitar permiso del Capitolio antes de
proceder a un ataque
Como solución de compromiso, Obama ha optado por enviar al secretario
de Estado, John Kerry, de Defensa, Chuck Hagel, a la consejera nacional
de Seguridad, Susan Rice, y a otros responsables de la inteligencia y
del Pentágono para que compartan con los principales responsables de
ambas cámaras los datos de los que dispone la Administración.
La Casa Blanca confía en que eso será suficiente como para satisfacer
las sospechas que en este momento confiesan algunos congresistas,
empezando por el presidente de la Cámara, John Boehner, bien de que la
operación militar obligue a Estados Unidos a involucrarse en una nueva
guerra en Oriente Próximo, o bien de que el ataque sea tan limitado que
no tenga el menor impacto en el comportamiento del régimen sirio.
Junto a esa gestión, el Gobierno norteamericano parece también
dispuesto, obligado por el retraso que ha representado el debate
parlamentario en Londres, a darle algo más de tiempo a Naciones Unidas,
aunque sin vincular su decisión final a las resoluciones que adopte o
deje de adoptar ese organismo. Los inspectores podrían terminar su
trabajo en Damasco este viernes y regresar a Nueva York el sábado, por
lo que ese mismo día o el domingo podrían informar de sus resultados al
Consejo de Seguridad. Si sus conclusiones fueran contundentes, lo que no
es probable, aún cabría una posibilidad de votar una resolución que
permitiera el uso de la fuerza. Pero si el informe final de los
inspectores deja lugar a interpretaciones, como se espera, EE UU se
vería obligado a actuar sin esa luz verde.
Esta demora en el ataque puede servir para convencer a quienes piden
que se agoten los recursos diplomáticos y los esfuerzos para dotar a la
operación de la mayor legitimidad posible. Pero, al mismo tiempo, está
sirviendo para incrementar las dudas y anticipar los escenarios más
catastróficos.
En una entrevista el miércoles, Obama insistió en que “no nos vamos a
meter en un largo conflicto, no vamos a repetir Irak”. Prometió que se
actuará “de forma clara, decisiva, pero limitada”. Sin embargo, eso no
responde a las múltiples preguntas que han empezado a circular: ¿Qué
ocurre si Siria ataca Israel o Turquía? ¿Qué pasa si Asad ha ocultado
armamento químico en algunos de los lugares que son atacados? ¿Qué
sucede si se ven afectados los barcos rusos que hay en la zona? ¿Cómo
pueden reaccionar Irán o Hezbollah? Y la peor de todas las preguntas:
¿Qué pasa si después se demuestra que son los rebeldes los que han usado
las armas químicas?
Todas esas dudas son la demostración de la gran complejidad del
ataque que está a punto de producirse. Desde el principio se supo lo
comprometida que era una intervención en Siria, y por eso Obama se ha
estado resistiendo durante más de dos años. Pero ahora, después de que,
de acuerdo a los datos de la inteligencia de varios países, Asad cruzase
la línea roja marcada por el presidente, su credibilidad y la de EE UU
están en juego. Y ahora, por tanto, no le queda más remedio que aceptar
esos peligros y confiar en que los planes militares estén bien hechos y
en que
las amenazas de Damasco y Moscú no sean más que meras bravuconadas.